¡Oh
Dios mío! A oscuras. Otra vez a oscuras. Siempre a oscuras. Palpando, tanteando
a tu alrededor, buscando bultos reconocibles. A tientas. Despacio. Llevando
cuidado de no tropezar o darte de morros con una pared o una puerta (ese golpe
y después un dolor sordo).
Vuelves
a la cama. Cierras los ojos. Y no puedes recordar ningún momento en que no
supieses que estabas solo, totalmente solo. Siempre.
Y
ahora eres más consciente de eso, de esa sensación, ese peso muerto en la boca
del estómago. Pero sabes que siempre fue así, desde niño; rodeado de gente
extraña, absolutamente impenetrable para ti.
Sospechas
que no eres diferente ni especial ni único. No hay nada que pueda hacerte creer
eso. Boca, orejas, brazos, sabes leer, sabes hablar, nadar, reír… Es cierto
que, algunos, son demasiado estúpidos o demasiado sub-humanos; pero en
ocasiones encuentras a otros con los que se puede pasar un rato agradable y
tranquilo.
Pero
después siempre llega eso, esa sensación, la misma sensación, ese vacío en la
boca del estómago, esa presión, ese nudo en la garganta como si tuvieses una
bola de pelo en la tráquea.
Bueno,
se trata de eso. Saber eso y aguantar el tipo, no derrumbarte, ser duro. Pero
yo no quiero. No quiero aguantar el tipo. No quiero mantenerme firme. No quiero
ser duro. Quiero venirme abajo, quejarme, llorar como una nenaza.
Pero
me doy cuenta que no puedo. Es como si estuviera vacío, hueco por dentro. Como
si fuese un pedazo de cosa muerta, una piedra.
Sé
que estoy roto por dentro. Y no hay manera de arreglar eso. Hay demasiados
pedazos, demasiados trozos. No recuerdo exactamente cómo ni cuándo fue… o cómo
y cuándo se fue todo a la mierda. Pero sé que es así. Es como un espejo que se
ha partido en tantos y minúsculos fragmentos que ya es materialmente imposible
repararlo aunque se pudiese; suponiendo que aún valiese la pena hacerlo.
Puede
que fuese la infancia, ¿quién sabe?, no me importa. He dejado de creer en
cualquier redención, y menos que ninguna en la redención médica, científica y
farmacológica. La terapia me suda las pelotas. La psiquiatría me suda las
pelotas. Soy un hipopótamo en una charca. Un caimán flotando como un leño seco
en un río sucio. Soy una hiena que chilla, una rata en el asfalto, un pez ciego
en una fosa oceánica de 3000 metros de profundad.
Hay
mierda que no cambia aunque sepas cómo y qué es exactamente.
Simplemente
hay cosas que, una vez rotas, no pueden repararse.
Ricardo
Moreno Mira